A finales del pasado año volvió a estallar la polémica de si la ley del menor necesitaba una reforma. Como todas estas otras veces, la polémica surgió tras un nuevo caso de asesinato en el que estaban involucrados menores.
Otro caso mediático en el que la oposición empezó a clamar a gritos una reforma urgente. Frente a esto desde algunos partidos se pidió que se espere a que pase un poco el revuelo mediático, para así poder ver las cosas desde frio, ya que tenemos que pensar que no solo estamos decidiendo por estos casos, sino por cómo se van a juzgar a todos los menores que cometan un delito de ahora en adelante.
Dentro de esta reforma, una de las medidas que se piden es un endurecimiento de las penas de estos jóvenes, debido a que estos suelen ser casos de alta reincidencia en cuando vuelven a la calle. Conociendo esto, ya desde las penas del plan antiguo, podríamos haber deducido que algo estaba y está fallando y está claro que endurecer las cosas no es una solución. Esto nos hace pensar que a la sociedad se le ha olvidado que los centros de menores son una medida de reinserción en la sociedad y no meramente un gran castigo que pagar por algo que se ha hecho mal, por lo que nunca dejan de ser personas, con todos los derechos que esto incluye.
Después de todo esto podemos deducir que algo se está haciendo mal, por lo que no deberíamos centrarnos en como castigar estos casos, sino en intentar cortarlos desde la raíz preguntándonos porque o como se les pueden llegar a pasar por la cabeza a estos jóvenes cometer estos actos.
Es decir, dejar de centrarnos en esos casos y empezar a plantearnos si quizás la culpa de todo esto la tenemos la sociedad que nos rodea y los valores que estamos trasmitiendo a través de esta.
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